PAZ CALIFAL Y ARABIZACIÓN CULTURAL (SIGLO X)

La arabización cultural: Hacia 953 Otón I envió una embajada al califa de Córdoba para pedirle que pusiera fin a las actividades de los bandidos «sarracenos» enriscados en la acrópolis de Fraxinetum, en Provenza. Su hermano Bruno, arzobispo de Colonia, había redactado unas cartas credenciales cuyo contenido era insultante para el Islam. El portador de las mismas fue Juan, monje del monasterio de Górz, cerca de Metz, el cual— conociendo su contenido—esperaba aparentemente recibir el martirio de mano de los infieles.

Se conserva una Vita Johannis Gorcienses escrita por el abad de San Arnulfo, en Metz, que la dejó sin terminar a causa de su muerte en 983. Por eso ignoramos lo que pasó con el asunto de Fraxinetum. En contrapartida sabemos de la situación en que vivían los cristianos cordobeses gracias a las discusiones que Juan de Górz mantuvo con el obispo local, Juan.

Conocedor el califa del contenido de las cartas que portaba el emisario alemán se negó a recibirle mientras no retornara el clérigo Recemundo, que había ido a la corte imperial a pedir unas «cartas más diplomáticas«. Habida cuenta de que no volvió hasta el año 956, Juan de Górz tuvo ocasión de discutir largo y tendido con el prelado cordobés sobre los problemas de la cristiandad andalusí. Como insistía en presentar sus cartas, el obispo Juan le rogará que tenga en cuenta la situación de los cristianos cordobeses, que vivían en paz porque cumplían las leyes.

Al reprocharle el embajador que estuviera circuncidado, Juan insistirá en que la necesidad les obligaba a vivir de ese modo. Y como Juan de Górz no atiende a razones el califa, que estaba al tanto de sus charlas con el obispo, amenaza a éste con tomar represalias sobre los suyos. El prelado planteará a su interlocutor germano que los pecados de sus antecesores les habían llevado a ser gobernados por unos paganos que, a pesar de todo, les permiten practicar la religión. Por eso les obedecen en todo lo que no afecte a la fe cristiana (19).

El pragmatismo que refleja la opinión del obispo Juan es significativo. También lo es que los califas continuaran sirviéndose de dimmíes en la administración del estado y que les premiasen por ello. Los servicios de los cristianos eran tan apreciados como los de los judíos en el campo de las relaciones exteriores. A raíz de la batalla de Simancas-Alhandega (939) Ramiro II de León mandó una embajada a Córdoba. El califa respondería enviando al judío Hasday b. Saprut a la corte leonesa. Con él iban Abbas b. al-Mundhir, arzobispo de Sevilla, Yaqub b. Mahran, obispo de Pechina, y Abdalmalik b. Hassan, obispo de Elvira. Años más tarde, el clérigo Recemundo sería nombrado obispo de esta ciudad con motivo de su ida al Sacro Imperio.

Las muestras de onomástica árabe que acabo de citar me sirven de excusa para tratar el grado de arabización cultural de la población cristiana residente en al-Andalus. El principal argumento a favor de una arabización importante es aquel pasaje del Indiculus Luminosus de Paulo Álvaro donde se lee que los jóvenes cristianos de la época eran muy «admirados por su destreza al hablar árabe», conocían bien la literatura arábiga e ignoraban la propia pues, entre otras cosas, apenas hablaban el romance(20). Refiriéndose a este pasaje, Thomas F. Glick escribió hace casi tres décadas que el testimonio de Álvaro es casi el único pues no existe literatura cristiana en árabe (o no se ha conservado) y la extensa producción en latín pone de manifiesto el escaso interés que los «mozárabes» sentían por la sociedad árabe en la que estaban inmersos. Hoy día sabemos que sí hubo escritos en lengua arábiga, aunque su número y calidad no puedan compararse a los producidos por los cristianos de Oriente o, sin ir más lejos, los judíos de al-Andalus (21).

Según J.P. Monferrer la arabización fue un proceso desigual, pues afectó más a la ciudad que al campo. En la primera, las élites cristianas se arabizan incluyendo al clero, mientras que en el ámbito rural continuará hablándose el romance árabe. Los cambios onomásticos no deben ocultar que el interés por la lengua árabe pudo deberse a cuestiones relacionadas con la defensa de la fe cristiana, circunstancia que explicaría las traducciones de escritos bíblicos con contenido polémico, o sin él.

El primer texto «árabe cristiano« conocido data del ano 889. Se trata de la traducción versificada del Libro de los Salmos hecha por Hafs B. Albar al-Qutí (el Godo) con la ayuda del obispo cordobés Valencio. Parece que escribió más obras. En la introducción a su Salterio, donde explica las razones de la traducción y la necesidad de la misma, alude a la existencia de una ver­sión anterior en prosa, con errores.

También se atribuye a Hafs el Godo una versión árabe de la Historia adversus paganos, de Paulo Orosio. En cuanto a la traducción de otro material bíblico, el polígrafo Ibn Hazm (994-1064) afirma que había bastantes textos en árabe circulando en pleno siglo X: traducciones de los Evangelios y de las epístolas de San Pablo, sobre todo. La producción poética también debió tener cabida entre los cristianos arabizados si, después de todo, Paulo Álvaro llevaba razón al lamentarse (22).

El ejemplo más notorio de aculturación en el siglo X es el texto bilingüe llamado Calendario de Córdoba, curioso híbrido de almanaque astronómico árabe y calendario litúrgico cristiano. Su parte latina fue redactada hacia 960 por el obispo de Elvira, Recemundo, a instancias del príncipe al-Hákam, futuro califa. Considerada en su conjunto, la obra no es un tratado de agricultura del tipo de los que verán la luz a partir del siglo siguiente, aunque es probable que fuera utilizada con fines fiscales. Llama la atención cómo se mezclan en la misma las indicaciones sobre los cambios a lo largo del año agrícola con un recordatorio de las fiestas celebradas por los cristianos andalusíes. El 1 de enero es definido correctamente como Fiesta de la Circuncisión, mientras que al-‘Ansara es el 24 de junio, también el día de San Juan o solsticio de verano. Parece que estas dos fechas se asociaron en al-Andalus con los antiguos festivales persas de Nauruz y Mihrajan, o equinoccios de primavera y otoño respectivamente, siendo Nauruz el día de Año Nuevo persa (23).

Las celebraciones y fiestas cristianas eran menos austeras que las musulmanas. No es extraño, pues, que los miembros de las élites urbanas gustaran contemplarlas. Tampoco, que los muladíes conservaran la costumbre de celebrar la Navidad y el Año Nuevo del calendario juliano, intercambiando regalos en esas fechas.

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