ALFONSO I DE ARAGÓN Y LOS MOZÁRABES (1125-1126)

La presencia, el número y la organización de los cristianos en el sur de al-Andalus se ponen de manifiesto por el papel que desempeñaron en la expedición de Alfonso I de Aragón el Batallador (1104-1123) a tierras andaluzas. Su participación en este episodio es evidente por lo que nos cuenta Ibn Sairafi en su Kitab al-anwar al-jalida (historia almorávide hoy perdida), en la versión de Ibn al-Jatib(35).

Según este autor del siglo XIV, el rey Alfonso I de Aragón recibió repetidos mensajes de los cristianos tributarios del distrito de Granada, y de otras partes, pidiéndole que acudiera en su ayuda. Como el aragonés no terminaba de decidirse, los conspiradores le enviaron un extenso documento con los nombres de hasta 12.000 combatientes «mozárabes», a los que se añadirían otros, que estaban ocultos, cuando el monarca hiciese acto de presencia con su ejército. Con esto y con la descripción de una ciudad de Granada, llena de riquezas y habitada por gentes holgazanas y condescendientes, consiguieron convencerle (36).

El «tirano» Ibn Rudmir (nombre incorrecto pues Alfonso era hijo de Sancho Rarez) parte de Zaragoza el 30 de septiembre de 1125 con 4.000 caballeros y sus servidores. Pasa cerca de Valencia y hostiliza a los almorávides de la guarnición con la ayuda de cristianos comarcanos que acuden a él para engrosar su ejército, o para servirle como guías. El 31 de octubre atraviesa el desfiladero de Játiva y prosigue su camino hasta el valle del Almanzora, donde permanecerá ocho días cerca de Tíjola antes de marchar sobre Baza, que intenta tomar en vano. El 4 de diciembre ataca la ciudad de Guadix por su lado occidental, retirándose luego al Cenete, donde celebrará la Navidad. Mientras tanto la conjura «mozárabe» salía a la luz y muchos de los implicados en la misma buscaban cobijo en el campamento aragonés noticiosos de que Abu Tahir Tamin, el gobernador de al-Andalus, residente en Granada, pretendía detenerlos a todos.

ALFONSO I DE ARAGÓN Y LOS MOZÁRABES

Alfonso I de Aragón por Francisco Pradilla, 1879

Alfonso I se acercó a la capital granadina, a donde habían llegado refuerzos norteafricanos, cuando disponía de casi 50.000 hombres. Pero el mal tiempo le obligó a acampar entre Fardes y Níbar por espacio de diez días, durante los cuales no dejó de recibir provisiones de los campesinos cristianos del entorno. A estas alturas, al monarca aragonés ya no le interesaba Granada: según la crónica, reprendió a los notables «mozárabes» que lo habían llamado, en especial a un Ibn Callas, el cual, a su vez, culparía al rey por haberse entretenido demasiado, permitiendo así que los musulmanes pudieran reaccionar. Al mismo tiempo le recordaba que ellos lo habían sacrificado todo por su causa y que, dadas las circunstancias, ya no podían esperar nada bueno de los almorávides.

El 23 de enero de 1126 el Batallador se dirige a tierras de Córdoba saqueando por doquier y con el ejército de Abu Tamin pisándole los talones. Cuenta Orderic Vital en su Historia Ecclesiastica (la única crónica cristiana contemporánea que refiere estos hechos) como los «sarracenos» de villas y ciudades sacaban sus rebaños al campo y los dispersaban en todas direcciones, para distraer la atención de los expedicionarios. Finalmente, en Arniçol o Aranzuel, cerca de Lucena, los aragoneses y sus aliados derrotaron al ejército almorávide el 10 de marzo de 1126 (37).

Alfonso vuelve sobre sus pasos, penetra en la áspera comarca de las Alpujarras, sale al mar por Salobreña y se dirige al oeste, hacia la playa de Vélez Málaga. Aquí sube a una barca y come luego pescado recién capturado. El cronista muslime, extrañado, escribe:

«Era éste un voto que había formulado y cumplía ahora, o bien lo hacía sólo para que se hablase luego de él. Lo ignoro».

La verdad es que se trataba de una ceremonia con un alto contenido simbólico desde el punto de vista feudal: el monarca aragonés tomaba posesión de los confines de España antes de retirarse. Es como si emulara el gesto protagonizado por Alfonso VI de Castilla-León al llegar a las playas de Tarifa en 1082 y adentrarse en el mar montado en su caballo. No es de extrañar, pues, que nuestro cronista se muestre algo desconcertado.

El Batallador toma de nuevo la ruta de Granada y acampa en Dílar y Alhendín antes de penetrar en la Vega. Pero al ser rechazado por sus contrarios decide emprender el camino de regreso. Se lleva consigo a diez mil «mozárabes» que serán bienvenidos en el reino de Aragón, necesitado de gentes con las que colonizar los territorios ganados tras la toma de Zaragoza en 1118. Orderic Vital da a entender que entre ellos estaban los responsables de la fallida aventura, los cuales, reunidos en presencia del rey, declaran que habían vivido como cristianos desde hacía generaciones, «pero nunca hemos sido capaces de aprender la verdadera doctrina de la fe divina. Debido a nuestra sujeción a los infieles… nunca hemos podido solicitar maestros de Roma o de la Galia y ellos tampoco han podido venir debido a la barbarie de los paganos a los que estábamos sometido?.

El texto refleja indirectamente los temores de una comunidad que se resiste a perder sus señas de identidad. También, la imposibilidad de recibir ayuda espiritual dado el mal trato que los musulmanes solían dispensar a los misioneros de la iglesia romana. Pero el cronista anglonormando afirma que la única razón que indujo al Batallador a protagonizar una gesta de estas proporciones fue emular las hazañas que anteriormente habían llevado a cabo a su servicio algunos caballeros francos. Es probable, sin embargo, que el monarca aragonés se hubiera sentido tentado por la posibilidad de fundar en Granada una especie de principado como el que Rodrigo Díaz de Vivar había organizado en Valencia, según apuntó hace años José Ma Lacarra (38).

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