Los almorávides y cristianos

Los Almorávides en al-Andalus

Almorávides en al-Andalus

Habida cuenta de la actitud de Yúsuf b. Tasufin hacia sus propios correligionarios, los almorávides, no hay que sorprenderse por la intransigencia que manifestó con varias comunidades dimmíes. En 1106 fueron enviados a Marruecos algunos grupos de «mozárabes» malagueños; quien sabe si los habitantes de esas comunidades encastilladas en Riana y Jotron. Once años después, una bula de Pascual II da cuenta de cómo Julio, obispo de Málaga, había ido a Roma a quejarse de su situación. Encarcelado por los almorávides, sus feligreses le habían reemplazado por el archidiácono de la catedral, que fue consagrado por otros obispos de la Bética. Una noticia interesante pues muestra que la iglesia andalusí no estaba tan aislada como comúnmente se cree.

Almorávides y Almutamid I:, segundo hijo de al-Mutadid
  • Almutamid I: segundo hijo de al-Mutadid, se convirtió en heredero cuando su hermano mayor fue mandado ejecutar por su padre por supuesta traición. A los doce años, su padre lo envió a Silves, en el Algarve, para ser educado por el poeta Abu Bakr ibn Ammar (Ibn Ammar de Silves, el Abenámar de los cristianos), el cual se convertiría posteriormente en su favorito.

Tampoco hay que olvidar las sospechas de «quintacolumnismo» a las que me he referido anteriormente. En 1086, después que los almorávides derrotaran a los castellano-leoneses en Sagrajas, García Jiménez se mantuvo emboscado en la fortaleza de Aledo, entre Lorca y Murcia, gracias a la actitud levantisca de Ibn Rasiq, «señor» de Murcia, que se oponía al sevillano al-Mutamid. Así favorecía a los de Aledo o, al menos, no se oponía decididamente a las correrías de aquellos. Pero no está claro el papel desempeñado por los campesinos cristianos de la zona, los cuales corrieron a refugiarse en la fortaleza al tener noticia de que el emir almorávide marchaba sobre ella en 1088. El granadino ‘Abd Aüah refiere en sus «Memorias»:

«El castillo estaba lleno con los subditos cristianos de toda aquella comarca, que se habían prevenido para el asedio de cuanto les era necesario, como quien ha podido hacerlo con desahogo». Aunque no debían de ser muchos dado el tamaño exiguo de la fortaleza, Aledo aguantó con éxito un cerco de cuatro meses. La plaza no sería recuperada para el islam hasta el año 1091 (31).

 

Los almorávides en al-Andalus y la creciente hostilidad hacia los cristianos tributarios se refleja en una fetua del cadí cordobés Ibn al-Hayy (ob. 1135) condenando cualquier ayuda prestada a los mismos, porque eso es honrar su politeísmo y cooperar a que se mantengan en su incredulidad, e incitando al poder público a prohibir tales prácticas. No será el único. Diversas cuestiones sobre la laxitud de las costumbres andalusíes van a ser aireadas durante el por los almorávides como pone de relieve la postura del faqui Ibn Abi Randaq al-Turtusí (1060-1126), que pasó la mayor parte de su vida enseñando en Egipto, donde tuvo como discípulo a Ibn Tumart, el fundador del movimiento almohade. Al-Turtusí dedicó especial atención a todo lo relacionado con la bid’a o «innovación», para la que no hay precedente en la sunna (‘sendero») del Profeta. No todas las innovaciones eran malas, pues las había permitidas, recomendadas u obligatorias por ley. Pero a nuestro faquí le interesaban más las prácticas (y no las creencias) relacionadas con los cristianos, las cuales desaprobaba implícita o explícitamente.

Ya se ha visto cómo seguían celebrándose los festivales cristianos. Además, se introdujeron nuevas prácticas gastronómicas en la celebración de los festivales musulmanes. En la noche 27 del Ramadán (noche de la revelación del Corán o Profeta) se compraban turrones y frutas a imitación de los cristianos en Año Nuevo. Otra costumbre nazarena denunciada por al-Turtusí era el consumo de almojábanas y buñuelos en la celebración de al-‘Ansara (24 de junio) .También condena que las mujeres entren los baños sin cubrirse, como hacían las «mujeres del libro», y, en general, que los musulmanes acudan a esos establecimientos en compañía de no creventes (32).

Mención aparte merece el tratado de bisba de Ibn Abdun, que está lleno de referencias hostiles a los cristianos (y judíos) de Sevilla. Aparte de recomendar que se prohiba el repique de campanas en las iglesias, el autor escribe:»… un musulmán no debe dar masaje a un judío ni a un cristiano, así como tampoco tirar sus basuras ni limpiar sus letrinas, porque el judío y el cristiano son más indicados para estas faenas, que son faenas de gentes viles. Un musulmán no debe cuidarse de la caballeriza de un judío ni de un cristiano, ni servirle de acemilero, ni sujetarle el estribo, y si se sabe que alguien lo hace repréndasele». Salta a la vista el corte populista y demagógico del lenguaje que emplea Ibn Abdun. Es posible que algunos cristianos y hebreos gozaran de una posición que les permitía tener a mahometanos a su servicio. Pero se halaga a éstos recordándoles que por ley eran superiores a los dimmíes aunque la realidad cotidiana lo desmiente.

Pero las principales invectivas de Ibn Abdun van dirigidas contra los cristianos, que desde su punto de vista deberían ser asimilados cuanto antes. Recurriendo a tópicos en vigor, recomienda a las mujeres musulmanas que se abstengan de entrar en las «abominables» iglesias porque los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas. Y a las mujeres cristianas sólo ha de permitírseles ir a sus templos en los días de fiesta, porque allí comen, beben y fornican con los sacerdotes. No hay ninguno de ellos que no disponga de dos o más mujeres con las que acostarse. Han tomado esta costumbre «por haber declarado ilícito lo lícito y viceversa»(33), Convendría pues mandarles que contrajeran matrimonio, como ocurre en Oriente. Y si se niegan, que se les prohiba mantener mujeres en sus casas, sean de la edad que fueren. Además, hay que obligarles a circuncidarse como hizo al-Mutadid ‘Abbad  pues si a lo que dicen siguen el ejemplo de Jesús (¡Dios lo bendiga y salve!), Jesús se circuncidó y precisamente ellos, que han abandonado esta práctica, tienen una fiesta que celebran solemnemente, el día de la circuncisión» (34).

La animadversión que respiran estos textos también pudo estar relacionada con el temor a que los «mozárabes» ayudaran a sus correligionarios del norte, que se mostraban muy audaces en sus incursiones a tierras meridionales. AI final de cada primavera, cuando la hierba era abundante, bajaban al mediodía las milicias concejiles de Toledo, Segovia, Ávila y Salamanca. Una vez cruzados los pasos montañosos, se fortificaban en un lugar apropiado y enviaban partidas a quemar las cosechas, robar ganado y secuestrar personas. Esta forma de operar, aparte de arruinar los campos cultivados, ponía de manifiesto la inutilidad de los gastos hechos por los almorávides en reforzar las defensas urbanas, los cuales corrían por cuenta de la población andalusí.

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