El vestido y el aspecto externo en al-Andalus

Dentro del Islam la distinción de sexos es fundamental y debe hacerse patente en todos los aspectos. En el caso del hombre, la barba es un elemento de primer orden como signo de virilidad, siguiendo el ejemplo del Profeta, y por ello juristas y tradicionistas dan noticia de cómo debe cuidarse, incluyendo perfumes o alheña, tal como Mahoma hacía. Aconsejan que se cuide mucho e incluso establecen la longitud que debe tener, como hace al-Bujârî (81).

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La mujer cuidaba mucho su estética. Se depilaba axilas y pubis, teñía y perfumaba su cabello, perfilaba sus cejas, alargaba las pestañas, blanqueaba los dientes y usaba dentífricos y desodorantes. Como en muchos otros aspectos del Islam, su origen se halla en el Profeta del que se dice que sentía gran repugnancia por los malos olores. La heterodoxia andalusí condenaba cortarse el pelo o depilarse las axilas y el pubis, aunque éstas, junto con teñirse de alheña o maquillarse, eran prácticas comunes que solían llevarse a cabo en el ḥammâm sin ser castigadas (82).

Además de estos cuidados, la mujer se aplicaba masajes y baños que mejoraran su aspecto. Es frecuente que los textos médicos incluyan apartados específicos y recetas en este sentido. En cualquier caso, parece obvio que eran consejos y prácticas destinados a las mujeres de clases altas.

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Los hombres se cuidaban también, aunque en menor medida que las mujeres, tanto en lo puramente corporal como en la ropa. En cada caso, especialmente en el femenino, todos aquellos cuidados iban dirigidos a despertar el deseo del varón en la intimidad. El aspecto externo, por el contrario, tendía a revelar muy poco.

Aunque hombres y mujeres, especialmente los de clase acomodada, vestían ropas de buena calidad y gran colorido, debían tener siempre en cuenta que cada sexo debía marcar claramente su diferencia incluso en la ropa (83), y que el varón que se vestía de mujer o la mujer que lo hacía de hombre incurría en una grave ofensa a la ley natural de los dos sexos y de la armonía general (84).

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Lo normal, al menos lo que ley y religión prescribían en el caso de las mujeres, especialmente de las mujeres libres, era que dejaran ver lo menos posible del cuerpo, incluso que utilizaran bastante ropa para que no se marcaran las formas corporales. Hasta tal extremo llegaba este disimulo del contorno físico, que cuando una moría se cubría el ataúd con un pabellón que impedía ver cualquier detalle, aunque sólo fuera la estatura (85).
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Sin duda, el velo es el elemento que siempre se asocia al ocultamiento femenino. La tradición dice que fueron los compañeros de Mahoma los que advirtieron a éste que algunos hombres que iban a su casa miraban a sus esposas más de lo debido, por lo que le aconsejaron que ocultaran el rostro (86).

Cubrirse con él tiene varios objetivos. El principal es el de la castidad, pero también sirve para distinguir a las mujeres musulmanas de las que no lo son, evitando así que sean molestadas e, incluso, inducidas a pecar (87). En algunos casos, los moralistas han tendido a equiparar a las mujeres que llevaban vestidos ligeros y no iban veladas con prostitutas (88).Y además de todo eso, podía ser signo de distinción, como ocurrió entre los mamelucos, en cuya sociedad quienes lo usaban eran, fundamentalmente, las de más alta clase social (89), algo que también se dio en al-Andalus (90). Durante la dominación de los almorávides se produjo el fenómeno contrario de ir los hombres con el rostro cubierto por el litâm en tanto las mujeres lo descubrían, hecho que indignó a Ibn Tûmart (91).

Por otra parte, el rostro oculto dará a los ojos un gran protagonismo. En cualquier descripción de mujer, efebo o hurí se resaltará la belleza de los ojos y se interpretará el sentido de las miradas. En el Corán (92) también se mencionarán, en este caso valorando positivamente el recato de la mujer que llega al Paraíso:

“En ambos [jardines] habrá mujeres de mirada recatada”.

O cuando dice:

“Di a las creyentes que bajen sus ojos “(93).

Entre los moriscos se dieron casos en que el día de la boda algunos hombres ofrecieran dinero para ver el rostro de la novia descubierto, algo que, al parecer, ya se hizo en al-Andalus y estaba prohibido (94).

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