La época de las Taifas

Hanna Kassis sostiene que, en la época de las Taifas, los «mozárabes» van a tener que afrontar dos situaciones difíciles y, hasta cierto punto interrelacionadas. De un lado, la descomposición del estado que, para bien o para mal, les había dado un mínimo de seguridad. De otro, el avance de los cristianos del norte y, con él, la esperanza de una teórica liberación. Los cristianos andalusíes empiezan a ser vistos como una especie de «quinta columna» a pesar de que el grado de arabización de aquellos que vivían en las ciudades, conservando su identidad religiosa, despertaba sospechas entre sus correligionarios de León, Castilla y Cataluña (24).

Los alfaquíes de la época no dejaron de recordar que los dimmíes tenían un estatuto separado, subordinado a la comunidad islámica, y que por tanto debían vivir aparte de la misrna. Una fetua relevante en este sentido es la dictada por Ab l-Hasan al-Qabisí (935-1012). Destacamos el texto siguiente:

«Es mejor que no te asocies con alguien que profesa una religión diferente a la tuya. No hay inconveniente en que le hagas un favor a tu vecino si te lo pide y si lo que pide no es pecaminoso. No hay inconveniente si le respondes con palabras amables a condición de que no lo magnifiquen o coloquen en una posición superior a la suya, o que se sienta a gusto en su religión. Si te saluda (con el saludo «la paz sea contigo») responderás sólo «y contigo». No añadas nada. No hay provecho en interesarse por su salud o la de su familia. No te excedas o vayas demasiado lejos. Cumple lo que se debe dentro de unas buenas relaciones vecinales «(25).

No parece que sus recomendaciones fueran seguidas si atendemos a lo que nos cuentan algunos poetas del período. Caso del guadijeño Abú ´Abdallah b. Haddad, que pasó la mayor parte de su vida en Almería, en la corte de al-Mutásim el Tuchibí (1051-1071). En un poema escrito hacia 1075 recuerda sus amores juveniles; en especial la pasión que llegó a sentir por una muchacha cristiana, Jámila, a la que se dirige con el apelativo de Nuwaira o «lucecíta«. El poema pone en evidencia la existencia de relaciones que, si bien ilegales, probablemente eran corrientes. También, que los cristianos de Guadix practicaban abiertamente su religión. íbn Haddad confiesa que frecuentaba la iglesia por amor a la joven y da a entender que sentía celos de los sacerdotes que paseaban su mirada sobre la audiencia femenina como el lobo que va a devorar a los corderos. Años antes, Ibn Suhayd, otro poeta que había pasado la velada en una de las iglesias de Córdoba, al acecho de una doncella, nos describe una ceremonia que más parece una fiesta pagana que cristiana. No faltan en estos textos literarios alusiones al uso por los cristianos del zunnar, o cinturón de cuero, a manera de señal distintiva. Una práctica vejatoria, de origen oriental, que anuncia un cambio en la actitud del Islam andalusí hacia los cristianos sometidos (26).

Las insinuaciones sobre la conducta de los sacerdotes con sus feligresas reflejan animosidad y, sobre todo, desconocimiento de lo que era la Iglesia. Lo pone en evidencia Ibn Hazm en su Kitab al-Fisal o «Libro de las sectas«, que escribió para demostrar la rectitud del Islam. Si bien el polígrafo cordobés conocía la Biblia y el Talmud a través de traducciones al árabe, esto no le ayudó a mantener una postura abierta hacia el cristianismo o el judaismo. Tanto él como otros escritores de la época sabían bastante poco de los cristianos. Un exceso de prejuicios e ideas simplistas les impulsaban a mirarlos con mala gana y rencor.

Esta postura recuerda la mantenida por Eulogio y Paulo Alvaro en sentido contrario, dos siglos antes, y que seguía viva, aparentemente. En el cuarto concilio de Cartago (256) se había acordado que el obispo no leyera escrituras de gentiles; y la de los herejes, sólo si había necesidad de refutarlas. En una copia de este texto que circuló por al-Andalus en el siglo XI, el escribano añadió la siguiente nota:

«prohibido leer el libro árabe en esta época (sólo para refutarlo)». Con todo, el distanciamiento entre cristianos y musulmanes, su incapacidad para aceptarse mutuamente, garantizaban la coexistencia por muy precaria que ésta fuera (27).

Apenas hay noticias sobre las comunidades rurales en época de las Taifas. En las Memorias de ‘Abdallah, último rey zirí de Granada, recordando el tratado sobre delimitación de fronteras alcanzado con su hermano Tamin, régulo de Málaga, leemos:». ..evacué para él, las plazas de Riana y Jotran, cuyos habitantes eran cristianos, y por estar situados entre ambos territorios no podían rebelarse contra ninguno de los dos... (28) La cuestión estriba en saber cómo y cuando habían vuelto los campesinos cristianos a estos antiguos poblados, pues, recordémoslo, Jotron figura en la lista de lugares cuyos habitantes fueron obligados a bajar al llano por orden de Abderrahman III durante la primera fitna.

Creo que no está de más traer a colación un texto del iraquí Ibn Hawqal, que anduvo por al-Andalus en los años 948 y 949. Traducido por Ma José Romaní, dice lo siguiente:

«Hay en al-Andalus más de una explotación agrícola que agrupa millares de campesinos, que ignoran todo de la vida urbana y son europeos de confesión cristiana. Cuando se sublevan se atrincheran en un castillo. La represión es de larga duración, pues ellos son intrépidos y obstinados; cuando han desechado el yugo de la obediencia, es extremadamente difícil reducirlos, a menos de que se les extermine hasta el último, empresa penosa y duradera(29)

Según Guichard, a pesar de su fecha relativamente tardía el texto alude sin lugar a dudas a las revueltas indígenas acaecidas de 880 en adelante (30). Pero también puede reflejar una realidad contemporánea: campesinos descontentos con sus condiciones de vida (ignoramos si se les renovó el pacto de la dimma tras la sumisión de Ibn Hafsún) vuelven al monte cuando la ocasión les es propicia. Es de suponer, en este sentido, que los desórdenes de la segunda fitna contribuirían a multiplicar las deserciones. Hay, no obstante, otra explicación posible: que pese a lo escrito por Ibn Hayyan, no todos los rebeldes fueran obligados a bajar a las zonas llanas al término de la revuelta.

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