Sexualidad urbana en al-Andalus (Parte 1)

La sexualidad urbana en al-Andalus; es decir en un ámbito común, hombres y mujeres no siempre hacían de él el mismo uso, es más, había lugares si no totalmente vedados a la mujer sí muy restringidos, frente a la libertad del hombre. De modo general, se podría decir que entre las clases populares las mujeres eran más libres en sus movimientos y en sus costumbres.

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Diversos autores llegan a considerar que la estructura de la ciudad y de la vivienda responde al carácter íntimo y recatado de la mujer y cuanto le rodea. Yo creo que la cosa es menos sofisticada y más simple. La angostura de las calles y su irregularidad puede deberse a factores más prácticos, como el que se edifique aprovechando el espacio por motivos domésticos o educacionales, que al edificio primitivo de la casa se añadan habitaciones porque crezcan las necesidades familiares o, en otro caso, que el entramado urbano lo que pretenda sea buscar refugio contra el calor creando espacios cubiertos y sinuosos. Todo ello no obvia que también así se favorezca la intimidad familiar y, por tanto, la femenina (95).

Sobre la sexualidad urbana en al-Andalus, los espacios en los que hombres y mujeres podían verse libremente eran, básicamente, todos los que fueran públicos, es decir los zocos, los cemente rios, los oratorios situados extramuros, en muchos casos próximos a los conventículos cristianos a los que aludía Ibn cAbdûn, o las mismas casas, sin contar con las calles o las puertas de las ciudades, que podían dar lugar a encuentros y citas. Otros, como los lavaderos públicos, solían ser más privativos de las mujeres, pero ello no impedía que también acudieran los hombres buscando contactos posteriores, o sólo para ver a las mujeres con menos ropa o con los vestidos más revueltos, que descubrieran partes del cuerpo generalmente vedadas. No estrictamente urbano pero muy ligado a la vida de la ciudad, el río, en donde lo había, fue testigo de muchas entrevistas amorosas.

Parece que las viviendas deberían figurar entre los lugares seguros, además de ser el espacio natural de la mujer, en el que pasaba la mayor parte de su tiempo, pero también había que tener en cuenta las azoteas. Desde otras casas vecinas se podían mantener conversaciones con alcahuetas o con hombres que prepararan un encuentro, e incluso hay relatos en los que los alminares de las mezquitas sirvieron para este fin a través de las azoteas vecinas que dominaban.

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También dentro de las viviendas, especialmente las nobles o los palacios, existían jardines cuyo uso era festivo y mayoritariamente masculino, en los que el elemento femenino que acudía lo componían poetisas y esclavas cantoras, es decir, mujeres no pertenecientes a las esposas legales del dueño de la casa.

Lugar especial ocupan el ḥammâm y la mezquita, también lugares públicos y frecuentados por ambos sexos pero en los que la separación era tan tajante que no propiciaba los contactos, aunque el ḥammâm sí fuera sitio en el que concertar citas o bodas. Para ir a él hombres y mujeres tenían días y horas señalados para que acudieran exclusivamente unos u otras. Cada núcleo urbano contaba con varios de ellos, dependiendo su número de la importancia de éste. Por recoger una cifra, se habla de que Córdoba tuvo ochocientos (96). Cerca de ellos establecían sus puestos herboristas, perfumistas, joyeros, vendedores de ropa, barberos, magos y adivinadores, todo un mundo girando a su alrededor y viviendo de él.

El ḥammâm (97), clara herencia de las termas romanas tanto en su estructura como en sus fines, era un espacio especialmente grato para hombres y para mujeres, sobre todo para ellas, porque suponía una ruptura con la monotonía y la reclusión que tan a menudo sufrían. Además de su función principal de higiene corporal y purificación, era lugar para tertulias y para embellecimiento. Quienes acudían a él comentaban lo ocurrido mientras se depilaban, se perfumaban o se daban masajes. Salían de allí confortados en el cuerpo y en el espíritu.

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